LA NOVELA COLECTIVA DE LA GUERRA CIVIL

Crítica (LIBRO DE LA SEMANA) en Babelia de Partes de guerra


Visión estelar de la Guerra Civil


Cuando Valle-Inclán reunió las crónicas que relataban su visita a las trincheras francesas durante la Primera Guerra Mundial, puso al frente de La media noche (1917) una breve noticia sobre la perspectiva narrativa: "Acontece que, al escribir de la guerra, el narrador que antes fue testigo da a los sucesos un enlace cronológico puramente accidental, nacido de la humana y geométrica limitación que nos veda ser a la vez en varias partes.

[...] El narrador ajusta la guerra y sus accidentes a la medida de su caminar. [...] Pero aquel que pudiese ser a la vez en varios lugares [...] tendría de la guerra una visión, una emoción y una concepción en todo distinta". Sería una visión colectiva, astral, estelar. Algo parecido es lo que ofrece Martínez de Pisón en Partes de guerra, una magnífica antología de relatos de la Guerra Civil ensamblados como una novela coral. La componen 35 textos de autores muy heterogéneos, cuyo nombre es garantía de calidad y excelencia literaria, y también de la pluralidad buscada por Pisón, al estar firmados por algunos que participaron en el conflicto (Calders, Sender, Barea, García Serrano, María Teresa León, López Anglada), por otros que perdieron, "irremisiblemente, la infancia y la guerra" (como escribió García Hortelano) y por los nacidos después, que sabrán de los sucesos por la memoria familiar y colectiva (que la hubo, aunque en susurros y de puertas adentro), o por los libros ajenos.

A la pluralidad existencial marcada por el espacio y el tiempo en que cada uno vivió esa parte de nuestra historia, se suma la ideológica, con claro predominio de los relatos escritos desde el campo republicano (no el bando, ¡ojo! apenas hay maniqueísmo). Y también la diversidad literaria, dada la categoría y personalidad de los autores, rasgo que redunda en beneficio de la lectura, muy variada y amena, tanto en lo formal como en lo estilístico, porque, junto a la cualidad germinal de los buenos cuentos (y éstos lo son), en Partes de guerra encontramos un amplio muestrario de formas y escrituras: la escueta narración de hechos posiblemente vividos en directo, la representación casi escénica de los mismos, los grandes frisos que propician ciertos espacios (refugios antiaéreos, campos de batalla, escuelas, calles, trenes, caminos), monólogos reflexivos, evocaciones y soliloquios, o deliciosos remansos cómicos (la tronchante historia de García Pavón, o de cuando en un pueblecito manchego se improvisó un campo de aviación "ruso" y todos los vecinos asisten embobados al mudo idilio entre un piloto y una bracera andaluza).

Son muchas las voces y las miradas que se van alternando y entre éstas destacan las de los niños: Jesús Fernández Santos cuenta la vida cotidiana de dos primos en una colonia veraniega próxima al frente y los juegos peligrosos a que se entregan, con desenlace trágico-grotesco; la brutal división de España la enfoca Aldecoa en un patio escolar y jesuítico, donde también tiene lugar un juego en el que los más débiles llevan la peor parte; en un casar de los Ancares un niño presencia las larvas que hace aflorar la guerra en el comportamiento de una partida de hombres degradados hasta la animalidad; desde un sótano-almacén de ataúdes que sirve de refugio, otro niño registra las rencillas y envidias de los vecinos y los perversos sentimientos que engendra el miedo (Delibes); en el Madrid del verano de 1938, un niño sarnoso aislado en su personal lazareto descubre "la carne de chocolate": una lúcida metáfora del tiempo de la vida en guerra (García Hortelano); otro lo hará en las múltiples colas del pan hechas en esos tres años (Jordana); o en un desván de Perpiñán, ya en el exilio (Tomás Segovia); o en el redil humano de un campo de concentración donde quedan atrapados dos muchachos (Jorge Campos).

Ordenados según la cronología, el lector asiste al estallido y el desorden inicial en un pueblo de Galicia (Rivas), en el caserío de los Iturbe (Pinilla) y en las calles de Cádiz, donde una telefonista indecisa y sola busca una dirección de huida que no encuentra (Quiñones). Desde espacios mítico-simbólicos como la Obaba de Atxaga y la Artámila de Matute vemos la llegada de los nacionales y los enfrentamientos y la feroz represión, que prosigue en La gesta de los caballistas, de Chaves Nogales: una verdadera joya que narra la batida y caza del rojo por campos andaluces emprendida por un marqués-cacique y su séquito. Vienen después las hazañas de una patrulla falangista en Galicia (Méndez Ferrín) y las diversas gestas bélicas en los distintos frentes. De este grupo destaco Las minas de Teruel (Calders) y El tanque de Iturbi (Novás Calvo), por ofrecer visiones y aspectos poco conocidos de la Guerra Civil. Relatos clásicos son El cojo, de Max Aub, que recoge la infernal espantá que siguió a la caída de Málaga, y los dos de Zúñiga: visión nocturna del Madrid bombardeado y diáspora final.

Es indiscutible el rigor, el acierto y el equilibrio en la selección de los relatos e incuestionable el interés de los mismos y su calidad literaria. Pero si fraternalmente miro atrás, echo en falta Una historia de Ibiza, de Alberti, donde se narra el espanto de lo sucedido allí los primeros días (recordemos la implacable acusación encerrada en Los grandes cementerios bajo la luna, de Bernanos, que se adelantó a los Malraux y compañía en la denuncia de la barbarie y la injusticia desencadenada por el general episcopal y sus huestes; sobre este tema de los intelectuales y la guerra, remito al relato de Chaves Nogales, ¡Masacre! ¡Masacre!, otra perla). Y añadiría En la costa de Santiniebla, de Cernuda (número X de Hora de España, octubre de 1937, cuando caía Asturias y se derrumbaba el Frente Norte), donde narra la visión de los "ahogados" en la ría del Eo (nueva laguna Estigia) tras la acción de las columnas "gallegas". También El acompañante, de Jiménez Lozano, que delata la hipócrita actuación de la Iglesia española, para ajustar realidad y ficción, dado el peso del clero en la Cruzada. Excelente broche del libro sería Una tumba, de Benet, porque las cenizas de la guerra también abrasaron aquí, y no sólo en los campos del exilio.

No hay crítica ni reprobación en estas líneas. Sólo la voluntad de sumar otras visiones a estos Partes de guerra, tan necesarios. -

ANA RODRÍGUEZ FISCHER 07/02/2009

Noticia sobre Partes de guerra en El país


Partes de guerra de ambas partes

Ignacio Martínez de Pisón construye una novela colectiva sobre la Guerra Civil a partir de 35 relatos de autores que combatieron y de escritores actuales


Detrás de algunos cuentos hay otras historias. Bernardo Atxaga comenzó a escribir El último americano de Obaba en el cuarto de baño de Finca Vigía, la villa cubana donde residió Ernest Heming-way. Cada día el escritor estadounidense se pesaba allí y anotaba la cifra en las paredes. Tan sistemática fue su obsesión que las paredes se colorearon de gris. "Esa imagen se me quedó", revive el autor vasco. Se le quedó tanto que la usó para describir a don Pedro, el propietario del hotel Alaska, emigrante triunfador, republicano en el punto de mira de los sublevados del 36, un personaje con raíces reales que protagoniza el relato que el escritor incluyó en su novela El hijo del acordeonista (2003).

Es también uno de los 35 cuentos incluidos en Partes de guerra (RBA), la antología seleccionada por el escritor Ignacio Martínez de Pisón para construir una "suerte de novela colectiva sobre la Guerra Civil"; 35 partes de ambas partes, republicana y franquista, que en general rehúyen el partidismo militante. "Son cuentos donde se intenta entender al otro, hay una intención por parte de los escritores de ambos bandos de encontrar lo que hay en común", explica el autor de Dientes de leche, que ha desechado los ejercicios de propaganda, frecuentes en autores que participaron activamente en la contienda.

Un adolescente en el 36

Ramiro Pinilla no luchó, pero grabó en su memoria de adolescente escenas imborrables. Tras la muerte de Franco, publicó un volumen de relatos Primeras historias de la guerra interminable (1977) que en parte se sustentaba en aquellos recuerdos. Uno de ellos, Julio del 36, ya habitado por los Altube, la saga sobre la que luego girará el cosmos de Verdes valles, colinas rojas, también figura en la antología.

En julio del 36, Pinilla tenía 13 años. Por alguna extraña razón, su familia había adelantado el final del veraneo en Getxo. "Volvíamos quizás para pasar un día o dos en Bilbao y vimos las camionetas cargadas de milicianos con fusiles vociferando. Pensamos que allí empezaba algo, aunque no sabíamos que iba a ser tan gordo como luego fue", rememoraba ayer por teléfono.

A diferencia de Atxaga, que da por zanjadas sus cuentas con la Guerra Civil con el relato citado, Pinilla piensa volver al traumático conflicto y sus represivas secuelas. "He conocido el franquismo y ahora estoy conociendo el olvido. Los primeros 10 años de posguerra fueron un auténtico genocidio que se ha silenciado mucho, aunque Garzón está ayudando a evitarlo", sostiene.

El cuento de Andrés Trapiello nació de una gran historia. Al escritor que más ha indagado en la relación entre literatura y Guerra Civil le cautivó la atmósfera de una casa cerrada durante años, repleta de obras de arte (madrazos, fortunys...) y ausencias. El piso, en una zona acomodada de Madrid, pertenecía a la familia Daza, sorprendida por la sublevación militar de julio de 1936 mientras veraneaba en San Sebastián. "Indagando me encontré la historia de la intervención del general Miaja; tendría que haber contado la historia de la historia", revivía ayer en la librería madrileña La Buena Vida.

Escribió La seda rota, un relato real sobre el saqueo de la vivienda de los Daza en noviembre de 1936, atemperado sobre la marcha gracias al general Miaja. Un episodio histórico alejado de los estereotipos de buenos y malos que tanto disgustan a Trapiello: "Una de las cosas más raras es que los españoles vienen a este mundo con una idea precisa de la guerra, pero los relatos que conozco de esta antología se caracterizan por su complejidad, son lecturas de ida y vuelta". "Yo", confiesa, "hubiera estado en el bando de Juan Ramón Jiménez, que estuvo en el exilio, nunca volvió, apoyó a la República y mantuvo que hubo gente decente en los dos bandos".

Decentes como el propio general Miaja tratando de impedir un expolio y el soldado franquista que trata con cortesía a don Pedro, el dueño del hotel Alaska, tras su detención. Decentes como los dos enemigos que coinciden, desnudos, mientras se bañan en una charca, comparten unos cigarros y conversan:

"-Podíamos ser amigos.

-¿Para qué?

-No lo sé. Algún día terminará la guerra.

-Y los que ganen matarán a los que pierdan. Mira éste.

-Yo no tengo por qué matarte a ti.

-Pero me matarás. O yo a ti".

La charca es un relato de Luis López Anglada, alférez del Ejército franquista que se retiró con el rango de coronel en 1985, cuatro años después de haber publicado Los cuentos del coronel, un volumen de relatos inspirados en vivencias y recuerdos. Es, junto a Edgar Neville y Rafael García Serrano, de los pocos autores del libro que se adscriben al bando de los vencedores. Martínez de Pisón da una explicación elemental a propósito de este desequilibrio numérico: "Eran peores los escritores que apoyaron la causa franquista".

Entre los activistas republicanos presentes en Partes de guerra figuran María Teresa León, Arturo Barea, Manuel Chaves Nogales o Ramón J. Sender. De éste se ha recuperado una pieza casi inédita: La lección. Otras, como El tanque de Iturri, del gallego Lino Novás, o Las minas de Teruel, del catalán Pere Calders, se han rescatado de publicaciones de tirada modesta. El arranque es, en contrapartida, un cuento popularizado por el cine: La lengua de las mariposas, un relato en el que Manuel Rivas refleja la ruptura del sueño pedagógico de un maestro republicano nada más estallar la guerra.

Martínez de Pisón optó por ordenar la antología siguiendo un orden cronológico, de forma que se capte la evolución de la contienda. "Siempre quedan cosas fuera porque la guerra es un tema complejo, pero se da una visión bastante completa", esgrime. Entre las ausencias figura Alberto Méndez, pero su familia rechazó ceder un relato para la obra, según Martínez de Pisón. Hay relatos del campo (El cojo, de Max Aub) y de la ciudad (El refugio, de Miguel Delibes); del norte (Xosé Luis Méndez Ferrín) y del sur (Fernando Quiñones); de testigos directos (Francisco Ayala) y de autores actuales (Juan Antonio Olmedo). Para muchos, la Guerra Civil sigue huérfana de una novela definitiva, pero desde ayer cuenta con una notable colección de relatos.

TEREIXA CONSTENLA

NOTICIA SOBRE PARTES DE GUERRA EN LA RAZÓN

Una antología de relatos revive la contienda española de 1936

Las armas y los cuentos

El cuento como género literario ha experimentado en los últimos años una singular revitalización. Autores clásicos de esta modalidad narrativa -Chejov, Cheever o Carver, entre otros- se han revalorizado bajo el criterio estético de la escritura incisiva y breve, la trama eficazmente secuencial y el predominio de la atmósfera de lo narrado sobre su desarrollo argumental. El escueto planteamiento de un conflicto de emotiva intensidad se ha convertido en una opción ideal en un mundo de prisas lectoras y paciencias agotadas. En este sentido, «Partes de guerra», en edición de Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960), es un modélico recopilatorio de relatos centrados en la guerra civil española, una ejemplar antología que agrupa a varias generaciones de narradores a la luz de una mirada a ratos conmovedora, cruel en ocasiones e interesante siempre, con el criterio de la calidad literaria como eje vertebrador de una selección siempre difícil, y acaso polémica. Todas las caras Vemos desfilar aquí desde la coetanidad con el conflicto bélico de los relatos de Manuel Cháves Nogales -«La gesta de los caballistas» y «¡Masacre, masacre!», de 1937- a la inmediata modernidad del conocidísimo cuento «La lengua de las mariposas» de Manuel Rivas, pasando por el compromiso humanista de Ramón J. Sender -«La lección»-, el lirismo metafórico de María Teresa León -«Morirás lejos»-, la idea felicitaria de la tragedia con Edgar Neville -«Las muchachas de Brunete»-, la mirada de los años cincuenta sobre un pasado no tan lejano con Jesús Fernández Santos -«El final de una guerra»- y Juan García Hortelano -«Carne de chocolate»- o la historia de densas implicaciones éticas de la escritora Ana María Matute -«El maestro»- entre una amplia y representativa nómina de escritores seleccionada bajo un criterio que demuestra, según el propio antólogo señala, «cierta aspiración a la globalidad: en este volumen encontrará el lector relatos escritos originalmente en español pero también en catalán, gallego y vasco, relatos escritos por hombres y por mujeres, de derechas y de izquierdas, de autores que pertenecen al «mainstream» y autores que no, relatos ambientados en la España nacional y en la republicana, en el frente y en la retaguardia, en el campo y en la ciudad, en el norte y en el sur» (página 12). Ignacio Martínez de Pisón (autor de «Enterrar a los muertos» y «Dientes de leche»), para quien este tema es uno de sus iconos referenciales preferidos, ha acertado plenamente en una selección que incluye también el factor emotivo, la capacidad reconciliadora de conmover al lector con el relato de una contienda fratricida que aún agita la memoria colectiva. El volumen incluye unas acertadas notas biobliográficas finales que sitúan cada cuento en el libro del que procede, ayudando así a la feliz recuperación de algunos emblemáticos títulos de la mejor narrativa breve sobre la guerra civil española.

Jesús FERRER

ENTREVISTA SOBRE PARTES DE GUERRA EN LA VOZ DE GALICIA

Los escritores prorrepublicanos escribían mejor

Ignacio Martínez de pisón | Escritor que publica el libro de cuentos «Partes de guerra»


Una reflexión de Italo Calvino sobre la resistencia partisana le dio la idea: toda la narrativa escrita sobre esta dialogaba entre sí y podía formar un único macrotexto temático. Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) pensó que lo mismo se podía aplicar a la guerra civil española y así nació Partes de guerra (RBA), una selección de cuentos de 31 autores cuyos relatos se sitúan en lo ocurrido entre el 18 de julio de 1936 y el 1 de abril de 1939. Pisón participó ayer en la sede de la UNED de A Coruña en el ciclo de encuentros con escritores, que este curso llega su quinta edición, y apuntó que este libro comienza con el cuento de Manuel Rivas La lengua de las mariposas. Antes de su disertación, en la que fue presentado por Xavier Seoane, tuvo ocasión de conocer a otro escritor gallego que lleva su mismo apellido, el dramaturgo Xesús Pisón, que le entregó uno de sus libros.

-¿Qué contiene este libro?

-En realidad no es mi libro, es el de 31 autores con 35 relatos sobre la Guerra Civil. He leído muchos cuentos, además de los que ya conocía, y he seleccionado estos con el criterio básico de la calidad literaria y con la idea de hacer una novela colectiva sobre la Guerra Civil; hay diferentes generaciones, diversos estilos, autores de las ciudades y del campo. He encontrado cuentos que no conocía y me he llevado sorpresas con autores como Antonio Pereira, del que incluyo un cuento, o Juan Antonio Olmedo.

-¿Y de los autores gallegos?

- Los gallegos son Manuel Rivas, con el que empiezo el libro, porque en ese cuento de La lengua de las mariposas el maestro simboliza la República, ese conocimiento que se rompe. De Méndez Ferrín incluí Ellos, un cuento que aparece en Arraianos y luego está el de un gallego cubano, Lino Novás, que nació en Galicia, pero vivió muchos años en Cuba y en Estados Unidos; este es un cuento, El tanque de Iturri, que nunca se había reeditado desde que se publicó en 1937 en Hora de España y por eso es muy poco conocido.

-¿Hay mucha diferencia entre los escritores de cada bando?

-Hay mejor literatura escrita por autores prorrepublicanos que por los del bando nacional, de los que apenas he encontrado cuentos. La mayoría son de gente que tuvieron que exiliarse. Y luego hay cuentos de generaciones posteriores y sus relatos son mucho más literarios que aquellos de los que vivieron la guerra, aunque en el caso de Méndez Ferrín, que no vivió la guerra, da la impresión de que sí la ha vivido.

-También rescata un cuento de Ramón J. Sender, ¿no?

-Sí, ese cuento de Sender, La lección, ha sido un pequeño hallazgo; después de insistirles mucho a los expertos en Sender he tenido la suerte. Creo que es muy buen cuento y prácticamente no se había publicado desde que salió en Voz de Madrid, el 18 de julio de 1938.

-¿Por qué eligió el género de los cuentos?

-Tenía que acotar el territorio: hay tantos libros sobre la Guerra Civil de narrativa o de ensayo que al final habría tal corpus que sería imposible de manejar. Además, hay muy buenos cuentos sobre la Guerra Civil, pero no existe la gran novela.

Autor:
Rodri García

PARTES DE GUERRA EN LA VANGUARDIA


Pisón reúne voces opuestas para narrar la Guerra Civil

31 autores dibujan un nuevo panorama literario de la contienda
En 'Partes de guerra', confluyen trabajos de, entre otros, Chaves Nogales, Rodoreda, Neville y Matute

La guerra civil española ha inspirado muchas novelas, pero no existe esa gran novela - ni Malraux ni Hemingway-que ejemplifique literariamente el conflicto. Ignacio Martínez de Pisón lo intenta, reuniendo en Partes de guerra (RBA) 35 relatos de 31 autores españoles, de distintas generaciones, ideologías y procedencias, desde Chaves Nogales, Mercè Rodoreda o Edgar Neville hasta Miguel Delibes, Ana María Matute, Bernardo Atxaga o Manuel Rivas. Son cuentos escritos sin resentimiento, buscando la calidad literaria. Hay historias de amor y visiones de la guerra con los ojos de un niño (la edad que tenían sus autores). Predomina el realismo, incluso en escritores como Calders (cuenta un episodio del frente de Teruel) y, sobre todo, el relato del horror. 

¿Ha buscado la equidistancia entre los puntos de vista de los dos bandos?. "Mi idea - dice el antólogo-era que el libro no fuera una simple antología de cuentos sobre la Guerra Civil, sino que los relatos, ordenados cronológicamente según la época en que se sitúa su acción, compusieran un gran fresco del conflicto. Tenía que haber historias de las diferentes partes de España, del frente y la retaguardia, del campo y la ciudad... También de las dos zonas en conflicto. Pero eso no quiere decir que haya buscado la equidistancia. Lo importante era la calidad, y esta abunda más entre los escritores digamos republicanos que entre los franquistas". 

La literatura a veces servía de propaganda política. ¿Cuándo dejaron los escritores de utilizarla? "El componente propagandístico - dice Martínez de Pisón-era significativo. Y ya sabemos que la propaganda suele ser un gran lastre para la literatura...". 

En el libro hay poca épica y más retrato de los efectos morales sobre los comportamientos humanos. "Encontré - dice-muchos relatos en los que la épica estaba presente, pero me parecía que esa épica despedía un tufillo un poco rancio. A lo largo de estas casi quinientas páginas son pocas las veces que la guerra se percibe como una gran epopeya colectiva. Se tiende más bien a mostrar las pequeñas historias de personas de la calle atrapadas en un momento especialmente convulso de nuestra historia. La literatura plantea muchas veces el conflicto entre los destinos individuales y el destino colectivo. También en este libro se plantea una y otra vez. Y los seres humanos se muestran tal como son, tratando de mantenerse a flote, luchando contra las circunstancias o adaptándose a ellas... En efecto, se ve lo mejor y lo peor del ser humano: la solidaridad y la compasión frente al egoísmo, la crueldad, etcétera". 

El realismo es el estilo dominante, acaso porque la contienda fue poco propicia para otros estilos. Un acontecimiento tan abrumador como la Guerra Civil parece que se impone a los escritores con un estilo ya predefinido, el del realismo. Muy pocos autores, tal vez sólo Mercè Rodoreda y Fernando Quiñones, intentan escapar a ese realismo, la primera por la vía del intimismo, el segundo por la de la fantasía. Pero son excepciones. Escritores que, como Calders mismo, no destacaron por su inclinación al realismo se aproximan a este cuando tienen que enfrentarse a un tema como la Guerra Civil. 

ENTREVISTA A IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN EN EL CULTURAL






Partes de guerra es un libro con mil padres que habla en nombre de todos

De Ana María Matute a Alberto Méndez, de María Teresa León a Miguel Delibes, pasando por Ramiro Pinilla o Bernardo Atxaga, Ignacio Martínez de Pisón se ha propuesto “forjar” en Partes de Guerra (RBA) la “gran novela de la guerra civil española”, reuniendo relatos de autores de muy diversas generaciones y tendencias. Martínez de Pisón desvela para El Cultural las claves del libro. También adelantamos el más interesante de los relatos incluidos: “La lección”, de Ramón J. Sender. Sender, que combatió en el 5º Regimiento a las órdenes de Líster, retrató las miserias de la guerra en este relato jamás recopilado en libro alguno y que sólo se publicó el 18 de julio de 1938 en “Voz de Madrid”. 


Huérfano de militar desde los nueve años, Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) derrama al hablar tanta timidez como simpatía, acaso abrumado por todos los compromisos y proyectos pendientes, como una novela “a medio escribir”, cuya acción se sitúa en la Barcelona de los años 60 y 70, o una colección de cuentos titulada Aeropuerto de Funchal que verá la luz en abril. Ahora, sin embargo, lo que ocupa a este licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza y en Filología Italiana en Barcelona, donde reside desde 1982, es Partes de guerra, una recopilación de relatos que se postula como “gran novela de la guerra civil” 
-¿Cómo surgió el proyecto? 

-La idea se me ocurrió leyendo una reflexión de Italo Calvino sobre la narrativa italiana que había tocado el tema de la resistencia partisana. Calvino pensaba que toda esa narrativa podía leerse como un macrotexto unitario, un libro con mil padres que hablara en nombre de todos los que habían participado en la lucha. De la narrativa sobre la Guerra Civil española podría decirse algo parecido, con la diferencia de que la literatura sobre ella es mucho más abundante que la que existe sobre los partisanos. Cuando concebí el libro tuve claro que debía acotar el terreno: incluir sólo cuentos. Una buena selección de relatos, organizados cronológicamente del 18 de julio del 36 al 1 de abril del 39, podía dar una idea de cómo sería esa macronovela. 

El lastre de la propaganda 
-¿Qué aportan los autores contemporáneos (Manuel Rivas, Bernardo Atxaga, Trapiello, Méndez Ferrín) al libro? 

- Una visión generacional necesariamente diferente de la de los escritores que vivieron la guerra. Si en los relatos de éstos hay casi siempre un elemento testimonial y autobiográfico, en los de los más jóvenes por fuerza se ha de recurrir a la elaboración y la inventio. Unos y otros aportan una verdad, pero esa verdad es de naturaleza diferente, porque también la interpretación de la guerra cambia según la distancia desde la que se observe. De todos modos, la generación más ampliamente representada en el libro es la de los que vivieron la guerra siendo niños y no participaron directamente en ella: Ignacio Aldecoa, Fernández Santos, Ana María Matute, García Hortelano, Juan Eduardo Zúñiga, Pereira, Ramiro Pinilla, Tomás Segovia, Fernando Quiñones... 

-Sí, pero ¿dónde empieza la literatura y acaba la propaganda (de las dos Españas) en los relatos seleccionados? 

- La propaganda es, precisamente, uno de los lastres que pueden arrastrar los textos escritos en caliente, en el fragor de la contienda. Creo que en el libro hay siete u ocho relatos publicados antes del 1 de abril del 39, pero ninguno de ellos puede considerarse un texto propagandístico. En ese caso su valor literario habría sido nulo, y yo no lo habría seleccionado. 

-Parece haber una cierta descompensación entre los textos de uno y otro bando... 

- No me resultó fácil encontrar buenos relatos escritos por narradores de la España de los nacionales. Están Rafael García Serrano, Luis López Anglada... Desde luego, no se puede considerar franquistas ni a Delibes, que hizo la guerra en la Marina nacional, ni a García Pavón, ni a tantos otros que se acomodaron como pudieron a la España de Franco. Posiblemente en el libro sean más numerosos los textos de escritores que nunca ocultaron sus simpatías por la República, pero tanto éstos como aquéllos consiguen esquivar el riesgo del maniqueísmo. Si algún cuento cae en algún momento en ese maniqueísmo, es el de Edgar Neville, aunque su postura tiene una explicación: ¡lo que tuvo que sufrir ese hombre para que la España de Franco le perdonara sus antiguas simpatías republicanas! 

-¿Ha tenido que dejar fuera del libro algún relato? ¿Quién, qué falta y por qué? 

- Me habría gustado incluir un relato de Alberto Méndez, pero sus herederos no quisieron que se desgajara ninguna pieza de Los girasoles ciegos. Es su decisión y debe respetarse. 

-¿Qué aporta el libro que escape a los historiadores? 

- Lo que siempre aporta la literatura: la sensación de vida, el punto de vista subjetivo, la atención a los acontecimientos y personajes menores, la recreación de un momento trascendental a través de episodios a menudo intrascendentes... 

Las cicatrices de la guerra 
-¿Tiene sentido seguir dándole vueltas a la guerra civil con lo que está cayendo, después del 11-S, de Iraq o Gaza? 

-A la vista está que sigue teniendo sentido. Si no, no se plantearían debates como el que usted acaba de mencionar. Y, de todos modos, cuando las heridas de la guerra hayan cicatrizado definitivamente, seguiremos necesitando buenos libros que nos hablen de nuestra historia: de la Guerra Civil igual que de la República, de la guerra de áfrica, de las carlistas..

Nuria AZANCOT

CRÍTICA DE FÉLIX ROMEO EN EL SUPLEMENTO ARTES y LETRAS DEL HERALDO



VIDAS Y DESTINOS


Escribió Italo Calvino, y lo recoge Ignacio Martínez de Pisón en el prólogo a "Partes de guerra" que la narrativa surgida de la guerra partisana italiana de 1943 a 1945 podia ser leída como un macrotexto unitario: un libro de mil padres, capaz de hablar en nombre de todos los que habían participado en la lucha. De la misma manera, los relatos sobre la guerra civil española pueden componer una "novela" que hable en nombre de todos los que participaron

Y esa "novela" quiere ser ‘Partes de guerra’, una antología de cuentos sobre la guerra civil, publicados durante la contienda(como los dc Manuel Chaves Nogales y el de Ramón ]. Sender), en la posguerra franquista (como los de Jesús Fernández Santos y el de Miguel Delibes), en el exilio (como los de Max Aub o el de Francisco Ayala), o ya en la democracia (como los de Andrés Trapiello o Bernardo Atxaga).

Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960), cuyos dos libros anteriores estaban directamente ligados a la guerra civil, tanto su quest sobre José Robles, ‘Enterrara los muertos’ (Seix Barral),como su novela ‘Dientes de leche’ (Seix Barral), sobre un voluntario fascista italiano y su familia, ha leído toda la narrativa breve sobre el conflicto y ha seleccionado 35 cuentos de 31 autores, ‘Partes de guerra’ sigue el orden cronológico de la guerra: empieza con la sublevación militar de julio del 36, y las primeras detenciones, refleja da en "La lengua de las mariposas" de Manuel Rivas, y avanza durante la lucha, Sevilla, Teruel, Guadalajara, Barcelona., hasta la entrada en Madrid de los franquistas y la derrota de los leales, que marcharon al exilio o fueron encarcelados, como relata Jorge Campos en ‘Campo de los almendros’, que cierra el libro.

Partes de guerra’, como no podría ser de otra manera, esta cruzado de principle a final por la violencia, la muerte, el hambre, la pérdida, el miedo, el dolor... sentimientos que conmueven todavía mas porque los protagonistas de los relatos, como lo fueron también de la guerra, son muy jóvenes. Es un niño quien organiza el saqueo de la vivienda de los Madrazo en Madrid, como cuenta Andres Trapiello en "La seda rota", Son jovencísimos los protagonistas, cada uno de un bando, que coinciden en una laguna una noche calurosa, en el relato de Luis López Anglada, ‘La charca'."En julio del 36", el relato de Ramiro Pinllla, se cuenta como se debate en una casa rural vasca la incorporación al frente de un muchacho que no distingue la guerra de una caceria de pájaros. Y son niños los personajes de "Las minas de Teruel’, el relato de Pere Calders, donde se cuenta el recorrido por los tuneles de la ciudad buscando un conejo con el que acallar hambre y frío.

Son niños quienes luchan y quienes desertan y también quienes se esconden de los bombardeos, quienes huyen, quienes abandonan sus casas, quienes tiran piedras a sus maestros, quienes contemplan asombrados los hechos... Quizá por esa juventud tan presente, y pese a estar teñido por la desolación, ‘Partes de guerra’ emparenta mejor con la tradición picaresca que con la épica.

Los "macarronis" enemigos del "tanque de Iturri", dc Lino Novás Calvo, los guerreros marroquíes de ‘La gesta de los caballistas’, de Chaves Nogales, los rusos do "Donde se trazan las parejas do José Requinto y Nicolés Nicolavich con la Sagrario y la Pepa" el relato de Francisco García Pavon y el menos violento de todo el libro, la fotógrafa alemana Gerda Taro, protagonista de ‘Ruinas, el trayecto, de ]uan Eduardo Zúñiga, el soldado alemán de "Patio de armas", de Ignacio Aldecoa". son algunos de los muchos extranjeros dc ‘Partes de guerra’ y que muestran una guerra exótica, en la que además de un violento conflicto civil se produce un choque entre un país aislado y el mismo país convertido en el centro del mundo.

En Partes du guerra esté la guerra “aburrida” del Frente de Aragón, como en ‘El tajo’, de Francisco Ayala, que trae a la memoria los recuerdos de George Orwell en un lugar muy parecido,y esté lea guerra "breve", como la de Cádiz, donde transcurre el relato dc Fernando Quiñones,‘El final’, y están la guerra de todos los lugares y la guerra cotidiana y la larga guerra...

Dc la misma manera que John Dos Passos creó en "Manhattan Transfer" la novela de Nueva York a través de distintos personajes,que operan por contigüidad, Ignacio Martínez de Pisón ha compuesto en ‘Partes dc guerra’ una estupenda novela sobre la guerra civil con relatos de una treintena de escritores que dicen mucho más juntos que por separado. Un libro imprescindible para ahondar en el conocimiento de una guerra que sigue muy presente en nuestras vidas.

FÉLIX ROMEO

ENTREVISTA A IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN EN PÚBLICO






"La guerra no pertenece sólo a quienes la sufrieron"

Entrevista a Ignacio Martínez de Pisón. Esto no es un cuento. La muerte, la injusticia y, a veces, la esperanza se citan en la Guerra Civil a los ojos de los escritores, que recogen todo ese material. Los 35 relatos que Ignacio Martínez de Pisón ha reunido en ‘Partes de guerra’ (RBA) muestran la parte más literaria del horror

Era lo que faltaba. No existía una antología de relatos de la Guerra Civil. El escritor Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) ha compilado la primera y prefiere que se lea como una gran novela sobre la batalla. Asegura que, desde el día que estalló hasta la actualidad, la contienda es una fuente de inspiración de magníficos relatos breves, y por ella ha pasado el testimonio y la imaginación de autores como Manuel Chaves Nogales, Max Aub, Delibes, Ana María Matute, Bernardo Atxaga, María Teresa León o Mercè Rodoreda.

¿La guerra también le pertenece al lector?

Esta guerra y muchas otras. Pocos temas literarios son tan apasionantes como las guerras. En ellas, el ser humano puede mostrar lo mejor y lo peor de sí mismo, y el escritor tiene una oportunidad inigualable de indagar en los recovecos de su alma.

¿A qué se refiere con “Gran Novela” cuando escribe en el prólogo que no existe ninguna sobre esta guerra?

Podrían citarse varias novelas interesantes o incluso buenas que han tocado el tema de la Guerra Civil. Pero no parece que ninguna de ellas sea la definitiva, la que haga inútil que otros novelistas sigan intentándolo. Dicho de otro modo, no tenemos un Guerra y paz o un Vida y destino.

¿Cuál ha sido el criterio de selección de los relatos?

Ya que no existe una Gran Novela sobre la Guerra Civil, me interesaba contarla a través de las voces de diferentes autores. Digamos que estos treinta y tantos relatos aspiran a llenar ese vacío. Por eso los cuentos están ordenados cronológicamente, desde el comienzo hasta el final del conflicto. Tal como están dispuestos los textos, creo que el libro puede leerse como un relato casi unitario, como una novela. Muchos escritores habituados a sendas alejadas del realismo optaron por una narrativa ajustada a los hechos, incluso con un componente de crónica. De todos los relatos del libro, sólo el relato de Mercè Rodoreda, intimista, esquiva deliberadamente el realismo.

¿Hay algún rastro en el estilo de los que vivieron en primera persona la guerra?

Sin duda, el autobiografismo. Leyendo, por ejemplo, los relatos de Calders, Delibes, Pereira, Aldecoa o García Hortelano, no es difícil intuir cómo vivió cada uno de ellos la guerra. Cuentan episodios que tienen todo el aroma de la verdad.

¿Por qué esa necesidad por el realismo?

Supongo que el realismo se les impuso a los autores como la opción más natural de enfrentarse a la Guerra Civil como tema literario. Tampoco debe extrañarnos. Muy poco después, como respuesta literaria al fenómeno de la resistencia partisana y a la propia Guerra Civil italiana, también en Italia los escritores optaron por el realismo. Así fue como nació el neorrealismo.

Malraux y Hemingway vivieron muy de cerca la contienda. Son los primeros en hacer de la Guerra Civil material literario. En este sentido, ¿cómo son las maneras de un escritor que ha pasado por la batalla y las de uno que no la vivió en primera persona?

Malraux publicó en 1937 La esperanza, una novela que, entre otras cosas, aspiraba a llamar la atención de las potencias democráticas sobre la situación que estaba viviendo la República española. Hemingway, en cambio, no publicó ¿Por quién doblan las campanas? hasta 1940 y con esa novela buscaba alertar a la opinión pública norteamericana contra el fascismo internacional, que estaba adueñándose de Europa. En ambos casos, se buscaba una intervención directa sobre la realidad. En textos posteriores, la guerra aparece como recordatorio de la ilegitimidad del régimen de Franco. Hasta llegar a los relatos de los autores que desarrollaron su actividad literaria tras la muerte de Franco. Para ellos, la aproximación a la Guerra Civil puede tener algo de restitución histórica y moral, pero es un acercamiento literario.

¿Por qué el relato corto?

Supongo que la Guerra Civil era un tema tan vasto y complejo que no resultaba fácil abarcarlo en su totalidad por medio de una novela. Los cuentos, en cambio, no aspiran a esa totalidad y se conforman con ofrecer algunos destellos parciales del conflicto.

¿Qué ha conseguido al incluir generaciones de escritores que no vivieron el conflicto desde dentro?

No quería limitarme a lo estrictamente testimonial. La guerra no pertenece sólo a quienes la sufrieron personalmente, porque sus efectos aun se sienten.

¿Cuántos de ellos están escritos desde la venganza?

Por sorprendente que pueda parecer, la venganza está casi ausente en los relatos que he escogido para Partes de guerra. Hay, es verdad, cuentos sobre las atrocidades que se cometieron y sobre los extremos de crueldad que puede alcanzar el ser humano. Pero también hay cuentos sobre el deseo de reconciliación, sobre la necesidad de comprender los motivos del enemigo, sobre la capacidad del ser humano para salir adelante en tiempos tan convulsos... La Guerra Civil es al tiempo el tema y el escenario de las historias. Por ejemplo, el cuento de García Hortelano, a la vez que recrea la vida en Madrid durante el último año de la contienda, narra el despertar de un niño a la sensualidad y el deseo. En el libro, la retaguardia está tan presente o más que el frente y ahí, en la retaguardia, seguían pasando más o menos las mismas cosas de siempre.

¿Qué ha tenido más peso en la selección, la verdad histórica o la precisión de la expresión literaria?

La calidad literaria, sin duda. Pero no concibo la buena literatura sin un fondo ético y, por tanto, sin un intento sincero y desprejuiciado de aproximación a la verdad. En el viejo debate sobre literatura y moral, siempre se acaba sacando el nombre de Céline, antisemita y colaboracionista con el nazismo y al mismo tiempo buen escritor. En lo que se refiere a la Guerra Civil, tal vez el ejemplo análogo sería el de Madrid, de corte a cheka, de Agustín de Foxá. En todo caso, si cada relato aspira a transmitir su verdad (a veces una verdad pequeña y subjetiva), el conjunto aspira a acercarse a una verdad mayor, una verdad que puede ser compartida.

¿Este libro puede hablar en nombre de todos?

Es un libro que recrea muchas facetas y episodios diferentes del conflicto desde muy distintos puntos de vista. Hay escritores de prácticamente todas las zonas de España, escritores no sólo en castellano sino también en catalán, gallego y vasco, escritores de los dos bandos, de diferentes generaciones... En eso sí que hay una aspiración a la totalidad.

¿Quiso recoger testimonios de uno y otro lado?

La prioridad fue reunir los mejores cuentos sobre la guerra, fueran del lado que fueran. Pero encontrar buenos cuentos que fueran declaradamente franquistas, no fue fácil. Los de García Serrano y López Anglada podrían considerarse una excepción y el relato de Edgar Neville hay que entenderlo en el contexto biográfico del autor.

Imagino que podría citar un ejemplo de honradez.

El prólogo del republicano Manuel Chaves Nogales a los cuentos de A sangre y fuego, libro de 1937, es un ejemplo de rectitud y honestidad intelectual. Para él, después de los primeros y durísimos primeros meses de conflicto, llegó un momento en el que el odio y la estupidez se habían hecho dueños del país, y la cosa no tenía solución. En ese prólogo, condena por igual la sangre derramada por las cuadrillas de pistoleros de Madrid como los asesinatos de inocentes por la aviación franquista.

¿En narrativa es posible la equidistancia y, sobre todo, es necesaria?

No creo que, ante la Guerra Civil, haya que aspirar ni a la equidistancia ni a la neutralidad. Para mí, la razón y la legitimidad estaban de un lado, el de la República. Otra cosa es que aspiremos a la imparcialidad, lo que sí me parece deseable. Y creo que los autores de estos relatos, o al menos una gran mayoría, también buscan esa imparcialidad.

¿Cuándo se da por concluido un acontecimiento colectivo para literatura como opción temática?

Para la literatura, esos temas seguirán siempre vigentes. Otra cosa es que la sociedad en algún momento perciba que las cicatrices de aquella herida se han cerrado completamente. Todavía no ha ocurrido, pero incluso eso, cuando ocurra, no le restará vigencia literaria.

Ausente por prescripción familiar 

El gran libro de relatos cortos sobre la Guerra Civil de los últimos cinco años, ‘Los girasoles ciegos’ (Anagrama, 2004), ha quedado fuera de la compilación de estos 35 escritos. Ignacio Martínez de Pisón quería cerrar el libro con uno de los cuentos de Alberto Méndez, titulado ‘El idioma de los muertos’, pero los herederos decidieron rechazar la invitación porque “no querían desgajar el libro original”. Pisón vio en el cuento que trascurre en 1941, sobre la represión durante la posguerra, un relato perfecto para el epílogo. En el cuento que quería Pisón del libro Premio de la Crítica y Nacional de Narrativa de 2005, un profesor de chelo adorna la vida de un tal Miguel Eymar, hijo del coronel que le interroga, para ganar tiempo y dejar que corran los fusilados para tratar de salvarse. El profesor distorsiona los hechos de la muerte del hijo día a día.