LA NOVELA COLECTIVA DE LA GUERRA CIVIL

JUAN BONILLA SOBRE PARTES DE GUERRA EN SUR

Partes de Guerra

"Hay en ese volumen piezas magistrales que demuestran que es una tontería decir que la guerra civil no ha generado una bibliografía decente"

Artículo de Juan Bonilla El otro día me tocó actuar en un debate público en el que, aunque el tema no era la Guerra Civil, sino la narrativa actual, acabamos hablando de la guerra civil, porque alguien del público (y ya era un éxito que a pesar del frío que sacudía la capital y las muchas ofertas de la televisión a aquella hora, hubiera más espectadores que oficiantes) preguntó por la moda de las novelas de la Guerra Civil, después de decir, citando a la periodista Victoria Prego, que la historia la escriben los vencidos, no los vencedores. En cuanto a esto último me bastó decir si de verdad creía que la II Guerra Mundial la contaron los nazis, es decir, los vencidos, si de verdad creía que la historia del Imperio Romano la habían contado los pueblos subyugados por Roma. El hombre, normal, no supo que decir, y Victoria Prego no estaba allí para dar su versión de esa frase. Me sorprendió, de veras, que hablara de moda, como si fuera algo que los novelistas han descubierto al hilo de la actualidad, como una ilustración de la Ley de la memoria histórica o algo así. Recordé que cuando yo era joven, todos los años, el Planeta y el nadal se lo daban a una novela relacionada con la guerra civil -y eso era en los ochenta- que antes de eso, un montón de títulos de novelas y libros de relatos sobre la guerra civil habían tenido que ser memorizados por quienes hacíamos el bachillerato, que todavía más atrás, la guerra civil había inspirado novelas y relatos de macarras de la prosa con ganas de ganar mucho dinero y convencer al orbe de que España también tenía best-seller -como Gironella- y de auténticos artistas de la prosa como Aldecoa. Que aún más atrás, en plena Guerra Civil, se había escrito la primera obra maestra sobre la Guerra Civil -A sangre y Fuego- junto a montañas de prosa porosa, testimonios dramáticos, novelas reportajeadas sobre lo malos y crueles que eran los unos o los otros, dependiendo de donde le hubiera tocado la desgracia al narrador. ¿Moda? Es posible que se haya producido una inflación de las novelas de la Guerra Civil aprovechando la Ley de la Memoria Histórica, la retirada de las estatuas franquistas, y el asunto de las fosas comunes, pero no puede decirse que la literatura española haya descubierto la Guerra anteayer, después del éxito de Soldados de Salamina de Javier Cercas.

Dejando aparte la pura actualidad -es decir, lo de las fosas (que al parecer es muy normal que uno se dé un paseo por Mairena, por poner un caso, sabiendo que ahí abajo hay enterrados doscientos hombres fusilados: si pasaran 500 años, y uno supiera lo de los esqueletos, iba a faltar tiempo para que se declarara el lugar espacio protegido para investigación arqueológica, ergo lo de desenterrarlos es una cuestión de tiempo, qué se le va a hacer) y lo de las estatuas (clamoroso error de la Ley, las estatuas deberían dejarse donde están, hombre, que ya dice Garriga en su novela Pacífico que la gloria es una estatua sobre la que cagan las palomas, así que, dejemos que Franco sea eso, una figura cagada por las palomas)- lo que conviene decir que, sea una moda o no la de las ficciones sobre la Guerra Civil, y haya mucho tunante dispuesto a llevárselo calentito después de hacerse el investigador durante unos meses, si la Guerra Civil resulta apasionante y atractiva para los novelistas no es sólo por lo de las heridas abiertas y las dos Españas: es fundamentalmente porque la Guerra Civil es, como periodo histórico, apasionante. Se haya vivido o no, se tenga un abuelo víctima de alguno de los bandos o no: es uno de esos periodos que se lo dan hecho al novelista, que le ofrece tal catálogo de barbaridades, personajes heroicos, mezquindades, crueldades, bondades, afán de venganza, que sería directamente idiota no aprovecharlo para escarbar en lo que siempre ha escarbado toda novela: qué es la identidad, qué la intimidad, qué la extrañeza de ser, qué es el deseo, qué la venganza. Así que es fácil predecir que por años que pasen, estamos lejos aún de que se borren las ansias de ficcionalizar aquel periodo, porque nuestra historia no nos ofrece un periodo de tiempo tan atractivo para echar a andar la imaginación y para erguir el testimonio, más allá de que se pretenda hacer con ansias de reivindicar algo o de sencillamente repetir el viejo recurso de las historias: contar algo que nos apasione.

Ignacio Martínez de Pisón, que ha escrito uno de esos libros excelentes que le debemos a la Guerra Civil, Enterrar a los muertos, ha antologado en un volumen titulado Partes de Guerra los mejores relatos que tienen a la Guerra Civil como fondo. Le ha dado además una estructura cronológica de los hechos narrados -o sea, que van primero aquellos que se sitúan en el 36 aunque hayan sido escritos antesdeayer mismo, y luego los situados en el 37 o 38 o 39, aunque fueran escritos en esos mismos años. Hay en ese volumen piezas magistrales que demuestran que es una tontería decir que la guerra civil no ha generado una bibliografía decente -literariamente hablando. Es cierto que parece que el asunto no está lo suficientemente maduro para producir aquello que producen todos los géneros cuando se acercan a su orto, por cansancio o repetición: una sátira, una comedia, algo que nos haga reir, un Don Quijote que reivindicando las novelas de caballerías se las cargue definitivamente. Se han hecho unos cuantos intentos con resultados lamentables. Pero tarde o temprano llegará el día en que alguien conseguirá escribir una novela satírica sobre la Guerra, y entonces podremos decir por fin que como género literario, quizá, la Guerra Civil ha pasado a mejor vida después de dejarnos algunos ejemplos fascinantes como las mejores piezas de las recopiladas en los Partes de Guerra antologados por Martínez de Pisón.

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